21 agosto 2011

Fragmento de mi primer libro: "Bajo las Horcas"

Aquí aparece el final del cuento "La señora de Brown"; luego aparece el personaje que lo narra (Broncíneo de Galván) junto a quien escucha: el Señor Hadrón Camellón de Marras. Ambos ahorcadísimos y fumando.





...Al día siguiente, en el jardín, un grupo de ingenieros estaba abocado a una tarea extraña. El señor Brown los vio a través de la cortina de su habitación. En medio de estos sujetos, su esposa hacía grandes ademanes como si dibujase en el aire una habitación. Corría de un lugar a otro, con un brazo extendido –colocándolo a diferentes alturas conforme se desplazaba-, como si fuese edificando un muro, hilera por hilera. Uno de los ingenieros movía la cabeza, negando, y dibujaba en el aire un recuadro con la punta de sus dedos, por el cual metía y sacaba la mano como si se tratase de una ventana. La señora de Brown, en respuesta, ponía el puño en alto, gritaba algo que llegaba a enrojecerle la cara, y volvía a ejecutar la pantomima antes mencionada. Los ingenieros se miraban entre ellos, extrañados. Tocaban sus cascos y hacían girar cerca de sus sienes el dedo índice sin que ella los viera. Una vez más se negaron hacia lo que ella les venía indicando. Pero la señora de Brown era pertinaz –y ponía el dinero-, así que por último cedieron.


Trabajaron en el jardín durante el largo de una semana, con sus días y sus noches. La señora de Brown no decía una palabra a su marido. Pero él ya sabía cuál era el objeto de tan formidable mausoleo.

Las chicas del servicio, que no eran tontas, ocultaban ante su ama y señora la alegría provocada por su pronta desaparición. Ella, por su parte, les hizo pagar un doloroso precio por el alivio que les ofrecería. Así que las mandó a limpiar los vidrios durante toda esa semana, sin tregua, y con el doberman de custodia. Al animal le negó alimento durante los siete días, apostando de ese modo a un exabrupto fatal por parte de sus instintos caninos.

19 marzo 2011

runaway - linking park

Dr. Jekill y Mr. Hyde


¿Así lo quieres para el larvario? ¿¡Eh!? Perdón, pero es que... Lo quiero capacitado para funcionar sin trabas, para adaptarse a la corriente, lo quiero apto para soportar la presión y el goce de las ocho o diez horas de mecanización diaria. Quiero que gaste su dinero y que, cuando lo haga, sienta la imperiosa necesidad de superación para engordar sus ingresos, aunque estos jamás engorden. Jajaja. Quiero que se provea de todo lo que le hace falta: un auto, un cerebro electrónico, una tarjeta de crédito, una asistenta. ¡Tecnología, por favor! ¡No soporto verlo tan deshumanizado! Insisto, no creo que lo logre; mírenlo: no deja de ojear ese libro. ¿Libro? ¡Eso es basura! Quiero que quemen esas obscenidades. Pero… eso lo descontrolará. ¿Eso importa? No podemos permitir que emplee nuestro valioso tiempo en imaginarios bocetillos. Anda, busca una cuchara y le quitas los ojos de cuajo, jajaja.

02 marzo 2011

Love Of Lesbian, Pauline en la playa, Anni B Sweet, t.a.t.u...

ME HE DADO A LA BÚSQUEDA AZAROSA de videos y cancioncillas de lo más amenas que el momento amerite. He aquí, y hacia abajo, lo que salió de tal guisa:























Y PARA TERMINAR OS INVITO A VIDEAR, hermanos señores, este videillo do un sujeto y un pequeño saltamontes digitan guitarrines que suenan de lo más medievales, aunque no:




26 febrero 2011

Gulliver


POR ESAS COSAS TALES DEL TIPO, pongámosle, extrañas y sin hacer literatura de ello, me he visto en la pragmática realidad del naufragio. En tales casos, téngase como buen saber, el sujeto que naufraga necesariamente deberá ser alcanzado por una costa, de ser posible de mar. No toda pérdida es precisamente un naufragio, ni un naufrago un perdido. Hago llamar Gulliver a esta bocaza que se ha visto convidada a participar de esta bonita publicación, que cierto sujetillo a dado a llamar No! Biografiamos. Como decía, allá por mayo de 1699, conocí a un individuo llamado Jonathan Swift, quien tuvo la exquisita gentileza –muy a mi pesar- de invitarme a ser juez y parte de cierto experimento que venía fulgurando en su quijotera. Le permití que hablase, y como era de buena labia, dejóme embaucado con cierto viajecillo en ultramar del que yo, que soy muy afín a tales empresas, no dudé un segundo en aceptar.

Válgame dios, si es que existe.


Las fuerzas que me fueron dadas, quiera creerse o no, insuficientes se vieron al estarme yo tan adherido sobre la arena. Una jauría de pequeños hombrecillos me amarró que era un marrano. Con diferentes ataduras análogas a lo que son los cordeles de sujetar paquetes, me estaquearon al ras del horizonte y allí quedé, mutis. Vociferaban en cierto argot que poco demoré en dominar a pedir de boca. Lo único bueno del asunto fue que yo, que sé quién soy, jamás dejé de ser Gulliver, como ese de la novela. Aquella turba de chaparrones resultó ser la gente de Lilliput. Miden poco más de catorce centímetros. Todos. Del primero al último. Al principio parecía de lo más encabritonados. Echábanme conjurillos del tipo aquelarre pero sin bruja.

Pero nada más me hice el dócil ya me soltaron y nos dimos a la juerga. Si hasta llegué a ser el favorito de la corte y bebíamos hidromieles y la mar en coche. Incluso, ya que viene al caso, por excesos del antedicho brebaje existe cierto bache en mi aventura del que nadie se atreve a hablar. A resultas de ello, a estos chaparros se les antoja separarme de mis globos oculares. Así que me hice de un amigo que me ayudó a escapar con cierta barcaza mal construida que flotaba y todo.

Mal que me pese, debo confesar que caí en otra tierra de más extraña. ¡Ay de mí! Si en Lilliput eran pequeños problemas, aquí hallé todo lo contrario. Aquí en Brobdingnag, los sujetos son doce veces mayores que un servidor. Y por ser vuestro humilde narrador tan pequeñín, fui comprado por pocos dineros salidos del costal de la reina. Y como era incapaz de, por ejemplo, sostener un tenedor que me superaba la altura por varios estadios, la propia reina indicó la construcción de todo lo que me fuese necesario. También una casa, pequeñita para ellos; tan así que la llamaron la casa viajera, pos la llevaban conmigo en sí de un sitio a otro. Al igual que en Lilliput, no encontré boca que conociese a mi amigo Swift, quien me metió en tremendo lío. Lío, ahora que lo mencionó, y sea este un breve ejemplo, fue la ocasión en la que, como el gran Amadís de Gaula, hube de batirme en riña con elefantiásica avispa jamás vista quiera creerse o no.

Ahora bien. Estando yo en mi casa viajera, soñé que venía un águila del tamaño de un águila pero de Brobdingnag, para soltarme de lo más solito en medio del océano. Va y no era un sueño. Diga que por allí pasaban unos marineros que me pegan el aventón nuevamente a Inglaterra. Y de Swift, ni rastros. (Aquí me dictan que sea breve, y en forzoso caso omita parte de mi relato. Por lo que invito al lector a interesarse en el original de esta mi aventura, intitulada Los viajes de Gulliver).

Luego de insufribles avatares, me vi navegante no por última vez. Sólo me faltaba que me atracasen los piratas, cosa que, de hecho, sufrí en tinta propia. ¡Ay de mí! Me echaron encima de un bote salvavidas y que te vaya bien. Como pude me fui arrimando a la costita más cercana y única. Allí, cosa incontable, me encontré con una raza no menos extraña que las anteriores. Era en la ciudad de Houyhnhnms, donde moraban ciertas bestias horribles y deformes por todos sus flancos. Eran caballos. Vivían de lo más armoniosos. Tan así que llegué a odiar al hombre, en tanto buscaba a Swift, y me quedé allí de lo más campante. Así y todo, pese a mi conformidad con dichas bestias, éstas consideraron que yo era una amenaza. Pero, si no soy más que un hombre. ¿Qué se puede temer de un hombre, animal que no hace más que modificar lo que no es suyo, a los fines de verse beneficiado? Una cosa rarísima, si uno va al caso.

Pero por fin pude escapar hacia mi Inglaterra humana. Y ahora, no soy más que un pobre ermitaño. En la vuelta. Es por eso que insisto en buscar a Swift, por haberme metido en este lío novelesco. Ando las tardes enteras hablando con los caballos del establo, y no me interesa nada más, ni siquiera mi familia.

Soy el bicho más extraño de este mundo.

20 febrero 2011

Arquímedes


No es que se haya hecho tan famoso, ahora que dice, solamente por ser el hijo del astrónomo Fidias. Arquímedes también estuvo inmerso en el ambientillo científico de su época, en Siracusa, su ciudad natal. Ahora bien. Tampoco le íbamos a pedir que inventase una pistola de rayos láser a anti-materia, pero, ya que el hombre andaba en las de dárselas de amigo con las cuestiones inventivas, ¿por qué no pedirle, por ejemplo, que inventase el telescopio? Si, pero mire que el telescopio lo inventó Galileo, al menos en los libros. Aparte la Torre de Pisa ya estaba torcida como para que este último ejecutase aquel recordado experimento de la pluma y el martillo, el rozamiento, la caída libre y una marca de martillos que por aquella época se hizo famosa y no mencionaré en esta exquisita edición porque no viene al caso.


Ahora bien. Resulta que este muchacho Arquímedes andaba de inventor y justo va y se le antoja baño. Invento y baño. Entonces, resultó ser que el sujeto tenía una bañera en la casa prontita y todo con el agua hasta el límite de todos sus bordes. Quiera creerse o no, cosa increíble, Arquímedes va y se gana dentro del mencionado recipiente para asear individuos y Eureka! Aparece allí la chance perfecta, justa, esperada y bonita para meter a todo pecho y pulmón a pedir de boca, la frase que tan famoso me lo hizo a este muchacho llamado Arquímedes. Una cosa nunca vista. Si hasta se cuenta –e incluso a día de hoy- que el muchachote salió desnudo a la calle penduleando a grito pelado la frase antedicha, que significa “lo encontré”. ¿Pero qué es aquello tan felizmente encontrado, que incluso llevó a los límites a nuestro personajillo a inventar el desnudismo y el exhibicionismo sin siquiera planteárselo? ¿Qué?

Yo, no lo sé de cierto.

Pero cuentan las antiguas y modernas fuentes, que en ese preciso instante cuando Arquímedes se sumerge en el agua de su bañera, justo en el preciso instante cuando le rondaba lo siguiente por la cabeza: Tratado de los cuerpos flotantes –y se sumergía en la tina-, otra vez más: Tratado de los cuerpos flotantes: en tanto seguía sumergiéndose de lo más entretenido que hasta daba gusto. Resulta que, como todo el mundo lo sabe, el volumen del cuerpo de Arquímedes desplazó el volumen de agua equivalente sito en la bañera arriba mencionada. El sujeto va y descubre eso. Y Eureka a cuero pelado y la mar en coche.

En fin. Pero tampoco es de creer que su genio de antiguo conformista se demostró como tal, a los fines de quedarse lo más quietito posible y ya jamás, ni siquiera por error o bríos, alcanzar a descubrir algo. No vaya a creer. Al parecer la cuestión de la bañera y la cuantiosa y creciente fama luego del caso del desnudismo, fue el punta pie inicial y necesario para que Arquímedes inventase de una buena vez el tan esperado Tornillo de Arquímedes (jamás se inventó destornillador de la misma guisa, mas ya verá usted por qué).

El Tornillo de Arquímedes, o tornillo sin fin, fue una máquina hidráulica utilizada en Egipto a los solos fines de regar los campos muy distantes del sagrado Nilo, y se dice que en España se le daba usos con fines de minería. No sé. La cuestión es que fue inventado por el sujeto que hoy nos tiene apegaos a la tecla. Aunque algunos dudaron y dudan de la paternidad del sabio de Siracusa –nunca faltan-, la documentación papirológica indica que esta máquina es posterior al siglo III antes de Jesucristo. Lo que indica que no se puede andar inventando mucho porque muchísimos años más tarde, y vaya si esto es un ejemplo, cualquier civil común y corriente se entera que en una de esas usted no inventó nada, y que no han hecho más que darle fama de puro gusto nomás, sólo porque a alguien se le antojó no leer los papiros electrónicos de la actualidad. Por eso, y ya caemos en la obviedad, es que ahora escasean los inventores y ya nadie descubre nada. Una cosa de no creer, pero cierta.

Ahora bien. No ha de haber mejor invento de Arquímedes que las elefantiásicas lentes cóncavas aquellas que utilizó Siracusa en la Segunda Guerra Púnica. Se cuenta que muy a pesar del manejo de la poliorcética (arte del asedio) fue necesario que pasasen dos años para terminar con la resistencia que ejercía Siracusa a los ejércitos romanos (por más información leer Segunda Guerra Punitiva). Arquímedes aquí se lució de lo lindo, por sus cualidades de destaque en cuanto a arquitecturas militares. Se dice que sus inventos impresionaron a tal punto a los soldados romanos, que estos, al ver asomarse algo raro por encima de los muros, fuera ya una tabla o un simple cordel, dejaban el tal pozo, corriendo despavoridos y al grito pelado de: ¡Otro invento de Arquímedes, oh sí, lo sabemos muy de cierto! Y todo porque el mismo sabio se aplicó de lleno al manejo de la cuestión refractaria y etcéteras de la naturaleza del espejo. Con enormes lentes apostadas sobre los muros, el sabio mandaba la luz del sol concentrada hasta las velas de los navíos, las que ardían de lo lindo, en tanto las naves enemigas se hundían, se hundían, se hundían y el sabio chapuceaba en la bañera.

09 enero 2011

Papá Noel



No fue difícil reconocer la mentira en este asunto del tal Papá Noel –también conocido como Santa Claus-, pues quisieron hacerme creer que el sujeto llegaba la noche del veinte y cuatro del mes último trayendo regalos y entrando por la chimenea. Error. En mi casa de la niñez no había más que una estufa a cuarzo con uno de los tubos averiados. Apagada, obvio, por cuestiones de almanaque.

Papá Noel existe, no obstante.

Desde ese día no me quedó otra que espiarlo cuando entrase por la puerta de fondo. El muy audaz es catedrático en eludir perros, alarmas e insomnios. Hay quienes creen y afirman que Papá Noel es un invento popular, una creencia pseudoreligiosa o una especie de espíritu comercionavideño –aprovechable sólo una vez al año-, que, además de no faltar un solo año consigue ser tan generoso que proporciona, indirectamente, la posibilidad insoslayable de trabajar más a causa de su llegada. En forma de horas extras reciben los grandes su regalito navideño. El cual luego, pues, ya se sabe.

04 diciembre 2010

Ricardo Wagner


m. Genio

Bonaparte




Resulta que había una isla llamada Córcega, perteneciente a la cuña francesa. En tal islilla, en 1769, nació quien fuera uno de los mayores estrategas conocidos por el género humano. Pasado que sería un tiempo equis, al fin del cual Bonaparte encontrabase ya con su fama a cuestas, este personaje diría: “Donde con toda seguridad encontrarás una mano que te ayude será en el extremo de tu propio brazo”. Ya en 1784, fue cadete en la Escuela Militar de Brienne, y al año siguiente termina sus estudios en la Escuela Militar de París. Cuatro años más tarde participa en la insurrección de Córcega y, llegado que fue el 1793, nuestra novelesca figurilla del día de hoy es ascendida a general de brigada por sus méritos de guerra. Aunque poco tiempo después es nombrado General en jefe del ejército de Italia, donde obtiene numerosas victorias; y se casa con una tal Josefina de Beauharnais. Fin del párrafo.

29 noviembre 2010

Enano


Dimunuto en su especie.

Especie de disminución humana.

Minimización corporal.

Vlad Tepes


Vlad, el Empalador; Vlad III; Vlad Tepes. Etcétera. Lo mismo da, pues lo más interesante de este personaje será su desmedida crueldad y su exquisita imaginación en cuanto a los métodos de tortura y ejecución por él empleados contra sus enemigos y traidores. En efecto, como su nombre lo dice, Vlad preferirá el método del empalamiento para sembrar castigo.

Tomás de Torquemada


España, siglo XV.

Luego de que el venerable Pedro Arbués, tercer inquisidor de España, fuera asesinado a manos de una caterva de herejes y judíos, el poder de Tomás de Torquemada extendióse con autoridad sobre todos los reinos de las Coronas de Castilla y Aragón. Fue en 1482 cuando la Santa Inquisición tornóse pesada, irrisoria. En tal año, Torquemada fue nombrado Inquisidor General por Fernando II de Aragón e Isabel I de Castilla. Quien fuera aquel joven que ingresó en la iglesia como miembro de los domínicos, y en las ascuas soledades de la vida de monje desarrolló su carrera eclesiástica, se convertiría en el causante de la muerte de miles de seres humanos y la tortura de otro tanto, en lote aparte. Auspiciados por nuestro exquisito personaje, Torquemada, el Santo Oficio fue llenándose de iguales torturadores.